martes, 4 de diciembre de 2012

Del discurso histórico y discurso literario: José Milla

Antes del siglo diecinueve, la relación entre la escritura histórica y la escritura literaria no era problemática. Desde Aristóteles, se pensaba que la historia como los textos literarios eran artes retóricas. La escritura histórica era acerca del mundo real mientras que la “poesía” era acerca de lo posible.
Durante la misma época, el concepto de historia fue reformulado, la conciencia histórica fue por primera vez teorizada, y el moderno método científico de investigación histórica fue inaugurado. La historia ya no era el pasado o los relatos sobre el pasado, sino que se la identificó como un proceso, una dimensión de la existencia humana, y una fuerza para ser controlada o ante la cual sucumbir.
Igualmente, lo que anteriormente había sido considerado literario fue somentido a reconceptualización. Ahora la escritura literaria – tal como era practicada por Balzac y Flaubert, Dickens y Scott, Manzoni, etc., fue disociada de la tarea de reunir las dimensiones inconscientes o latentes de la realidad humana. La literatura se volvió lo otro de la historia en un doble sentido: pretendió haber descubierto una dimensión de la realidad que los historiadores nunca reconocerían y desarrolló técnicas de escritura que socavaron la autoridad del realista o favorecido por la historia.
En Centroamérica se escribieron tratados de historia de acuerdo al gobernante de turno, casos como José Milla quien desempeñándose en la vida política y administrativa de la República, simpatizó con la ideología conservadora de Rafael Carrera, logrando el cargo de Secretario General del Gobierno, y luego desarrollando una carrera diplomática. Con la llegada al poder de la Revolución Liberal (1872), se tuvo que exiliar durante tres años, pues Justo Rufino Barrios le encomendó la redacción de un ambicioso proyecto historio-gráfico: La Historia de Centroamérica. Pero sólo logró la primera parte que contiene la Historia de la América Central, desde el descubrimiento del país por los españoles (1502) hasta su Independencia de la España (1821)[Establecimiento Tipográfico de El Progreso (1879)Guatemala]. Su rigurosa investigación le permitió reunir suficiente material que le sirvieron para alimentar su producción literaria. La Hija del Adelantado, Los Nazarenos, El Visitador; son algunos ejemplos en los cuales articula los vacíos de las crónicas coloniales mediante actos de escritura realizados por sus personajes. Al relacionar el subtexto histórico, el texto literario y los actos de escritura de los personajes; el autor provee una base verosímil para sus novelas. Esta relación sitúa a la historia como dependiente de la literatura convirtiendo sus textos en constructores de una tradición cultural y literaria.
Apreciamos entonces como José Milla se basa en la investigación de la Tradición Historiográfica Liberal, de la Historia política anecdotaria y de  la  Historia  como instrumento de  adhesión política, restándole  así su amplio potencial explicativo al convertirla en Literatura.
 La historia es la contraparte de la literatura en la medida en que es entendida como identificable versus la ficción. Porque la historia desea hacer afirmaciones verdaderas acerca del mundo real, no sobre un mundo imaginario o ilusorio. En segundo lugar, la historia es el otro de la literatura en la medida en que la literatura es entendida como identificable con la figuración, el lenguaje figurativo, y la metáfora, en lugar del habla literal.
Debe decirse, sin embargo, que, en general, la literatura – en el período moderno – ha considerado a la historia no tanto como su otro, sino más bien como su complemento en la tarea de identificar y mapear un objeto de interés compartido, un mundo real que se presenta a sí mismo para la reflexión bajo tantos aspectos diferentes que todos los recursos del lenguaje – retóricos, poéticos, y simbólicos – deben ser utilizados para hacerle justicia.
Actualmente, ha cambiado la concepción que el asunto primario de la escritura literaria sea el tejido de relatos acerca de mundos imaginarios para el entretenimiento de gente que buscaba alivio de la realidad. Los grandes modernistas (desde Flaubert, Baudelaire, Dickens y Shelley pasando por Proust, Joyce y Woolf) estaban interesados por representar un mundo real en lugar de uno ficcional casi tanto como cualquier historiador moderno. Pero a diferencia de sus contrapartes historiadores ellos se dieron cuenta que el lenguaje mismo es una parte del mundo real y debe ser incluido entre los elementos de ese mundo en lugar de ser tratado como un instrumento transparente para representarlo.
Para la historiografía antigua, el documento histórico debía ser leído por lo que ofrecía en la forma de información fáctica respecto del mundo del cual hablaba. El paradigma del documento histórico era la consideración del testigo ocular de un conjunto de acontecimientos que, cuando eran correlacionadas con otras consideraciones y otras clases de documentos relacionados con estos acontecimientos, permitían una caracterización de “qué sucedió” en algún dominio finito de ocurrencias pasadas.
Los historiadores dividen proponen  tres grandes períodos siendo éstos: a. Período de los Historiadores Cronistas (1619-1825); b. Período de los Historiadores Oficiales (1836-1949) y; c. Período de los historiadores profesionales (de 1970 en adelante).
Para  el primer  período, Jorge  Luján Muñoz  propone  un recuento de  la  Historia conocida  sobre  el Reino de  Guatemala con los trabajos de  Antonio de  Remesal, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, Francisco Ximénez, Francisco Vázquez, la Isagoge Histórica y Apologética y la obra de Domingo Juarros.
Para el segundo período, se encuentran la  mayoría  de autores laicos en vez  de  clérigos, aficionados más que  eruditos,quienes  entre quienes sobresalen: José Cecilio del Valle con su Prospecto para la Historia de Guatemala (1825), Manuel Montúfar y Coronado, un conservador en el exilio quien publica las Memorias de  Jalapa (1832), Francisco de Paula García Peláez (1851) y Alejandro Marure en 1837. Hay que señalar la importancia que tiene el interés de Mariano Gálvez en apoyar a Alejandro Marure para que escriba un texto de Historia que contravenga lo vertido por Montúfar  y Coronado, acción que se constituye en el primer intento de establecer un discurso histórico oficial desde las élites gobernantes –apoyadas en el trabajo de intelectuales subalternos- de la Historia de Centroamérica en general, y de Guatemala. En este mismo grupo se incluye a José Milla y a Agustín Gómez Carrillo.
El siglo XX se conocerá como la  profesionalización de  la  Historia  como discurso crítico y esclarecedor  de  la realidad nacional. Retomando el período liberal, se  pretende  impulsar  otra  obra  de  Historia  desde la  visión gubernamental. Para llevar  a  cabo dicho cometido, Lorenzo Montufar escribe la Reseña Histórica de Centroamérica. Otros trabajos que se mencionan son los de Ramón Salazar, Francisco Lainfiesta, Antonio Batres Jauregui, José Antonio Villacorta, José Mata Gavidia, David Vela y Carlos Martínez Durán. Con Severo Martínez Pelaez surge  finalmente  una  historiografía guatemalteca más seria y de plenas ambiciones científicas.
La operación involucrada en este proceso de determinar que pasó en alguna parte del pasado presupone que el objeto de estudio permanece virtualmente perceptible por medio del registro documental (que atestigua tanto su existencia como su naturaleza o sustancia). El objetivo era extraer un número de hechos de la lectura del registro documental que pudiera ser medido o correlacionado con hechos extraídos de otros registros.
Esto significaba leer cualquier texto que pudiera contener en la forma de habla figurativa, contradicción lógica, o alegorización. Nada de esto sería admitido como testimonio en una corte judicial y consecuentemente no se permitía que permanezcan, por así decirlo, no traducidos a los equivalentes literales en la lectura de un documento histórico. Por ejemplo, los manuscritos indígenas como el Memorial de Tecpán Atitlan o el Título de los Señores de Totonicapán no cumplieron su cometido para el cual fueron creados.




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