Con las pinturas de las Cuevas de Altamira (Santander, España), y otras de la misma fase cultural, se puede decir que empieza la escritura y la lectura.
Los azilios, remotos y poco conocidos pueblos que entraron en España hace más de 12 000 años, legaron a la posteridad maravillosas pinturas murales en colores, en las que se hace referencia a motivos de su época: cacería de bisontes y renos y acciones de guerra. Todo de un realismo sorprendente.
Sin embargo, son los egipcios quienes, 5 000 años antes de Cristo, usaron caracteres jeroglíficos.
Las maravillosas columnas papiriformes de la sala hipóstila del suntuoso templo de Luksor de Tebas, Alto Egipto , muestran en su decoración los jeroglíficos, que relatan los hechos y nombres de los faraones de las dinastías que las erigieron.
Cada figura representaba una letra, Champollión, sabio francés, interpretó tales jeroglíficos, gracias al hallazgo de la Piedra de Rosetta, la cual contiene la clave de los alfabetos hierático, demótico y griego. Con la invención de la escritura se inicia propiamente la historia de la civilización.
Pero corresponde a los sumerios y a los caldeos, pueblos antiquísimos de la Mesopotamia, la invención y uso, respectivamente, de los caracteres de la escritura cuneiforme, que representan sonidos.
Los jeroglíficos egipcios y los ladrillos de Mesopotamia son la prueba más clara de que el arte de la representación de ideas por medio de símbolos era una de las actividades humanas más adelantadas en la Antigüedad, que simultáneamente dio por resultado inmediato la formación de dos grupos de individuos: los que se dedicaban a grabar, esculpir o escribir; y los eruditos, que tenían la misión de interpretar los signos de los primeros.
La naturaleza de la primera actividad, esencialmente sintética, prevaleció sobre la segunda, al grado de imponer el método de la lectura e interpretación de las figuras.
En las más remotas escuelas de Egipto, Caldea, Fenicia, China, Grecia y Roma, las instituciones sacerdotales encargadas de transmitir y conservar los registros públicos, los cantos, las leyendas sagradas y los documentos de las rutinarias transacciones, según manifiestan las más serias y acreditadas investigaciones, iniciaban a los neófitos en estos misterios, empleando el método sencillo y elemental de juntar y combinar los elementos de la escritura para después, por el mismo procedimiento, hacer la interpretación de la misma.
Los fenicios, comerciantes y navegantes muy antiguos, teniendo a la vista la escritura cuneiforme de los pueblos mencionados, idearon sus propios caracteres, creando el alfabeto, del que tomaron los griegos las formas de los suyos, quienes a su vez los enseñaron a los romanos. Estos les hicieron algunas modificaciones y, a través de sus sólidas instituciones culturales, los impusieron en la Península Ibérica, durante su larga dominación.
Los españoles, al conquistar América, trajeron consigo, entre otras cosas, el lenguaje castellano, el cual se representa con las 29 letras y 10 cifras o guarismos que conocemos y usamos.
BASURTO, A. (1966) La Lectura. México, Fernandez editores. Ensayos Pedagógicos. Pp 11-13.
M.A. Eduardo González, Formador de formadores, cursos de lenguaje (EFPEM-USAC, Guatemala).
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