Durante la
misma época, el concepto de historia fue reformulado, la conciencia histórica
fue por primera vez teorizada, y el moderno método científico de investigación
histórica fue inaugurado. La historia ya no era el pasado o los relatos sobre
el pasado, sino que se la identificó como un proceso, una dimensión de la
existencia humana, y una fuerza para ser controlada o ante la cual sucumbir.
Igualmente,
lo que anteriormente había sido considerado literario fue somentido a
reconceptualización. Ahora la escritura literaria – tal como era practicada por
Balzac y Flaubert, Dickens y Scott, Manzoni, etc., fue disociada de la tarea de
reunir las dimensiones inconscientes o latentes de la realidad humana. La
literatura se volvió lo otro de la historia en un doble sentido: pretendió
haber descubierto una dimensión de la realidad que los historiadores nunca
reconocerían y desarrolló técnicas de escritura que socavaron la autoridad del
realista o favorecido por la historia.
En
Centroamérica se escribieron tratados de historia de acuerdo al gobernante de
turno, casos como José Milla quien desempeñándose en la vida política y
administrativa de la República, simpatizó con la ideología conservadora de
Rafael Carrera, logrando el cargo de Secretario General del Gobierno, y luego
desarrollando una carrera diplomática. Con la llegada al poder de la Revolución
Liberal (1872), se tuvo que exiliar durante tres años, pues Justo Rufino
Barrios le encomendó la redacción de un ambicioso proyecto historio-gráfico: La
Historia de Centroamérica. Pero sólo logró la primera parte que contiene la
Historia de la América Central, desde el descubrimiento del país por los
españoles (1502) hasta su Independencia de la España (1821)[Establecimiento
Tipográfico de El Progreso (1879)Guatemala]. Su rigurosa investigación le
permitió reunir suficiente material que le sirvieron para alimentar su
producción literaria. La Hija del Adelantado, Los Nazarenos, El Visitador; son algunos ejemplos en los cuales articula los vacíos de las crónicas coloniales mediante actos de escritura realizados por sus personajes. Al relacionar el subtexto histórico, el texto literario y los actos de escritura de los personajes; el autor provee una base verosímil para sus novelas. Esta relación sitúa a la historia como dependiente de la literatura convirtiendo sus textos en constructores de una tradición cultural y literaria.
Apreciamos entonces como José Milla se basa en la investigación de la Tradición Historiográfica Liberal, de la Historia política anecdotaria y de la Historia
como instrumento de adhesión
política, restándole así su amplio potencial explicativo al convertirla en Literatura.
La historia
es la contraparte de la literatura en la medida en que es entendida como
identificable versus la ficción. Porque la historia desea hacer afirmaciones
verdaderas acerca del mundo real, no sobre un mundo imaginario o ilusorio. En
segundo lugar, la historia es el otro de la literatura en la medida en que la
literatura es entendida como identificable con la figuración, el lenguaje
figurativo, y la metáfora, en lugar del habla literal.
Debe
decirse, sin embargo, que, en general, la literatura – en el período moderno –
ha considerado a la historia no tanto como su otro, sino más bien como su
complemento en la tarea de identificar y mapear un objeto de interés
compartido, un mundo real que se presenta a sí mismo para la reflexión bajo
tantos aspectos diferentes que todos los recursos del lenguaje – retóricos,
poéticos, y simbólicos – deben ser utilizados para hacerle justicia.
Actualmente,
ha cambiado la concepción que el asunto primario de la escritura literaria sea
el tejido de relatos acerca de mundos imaginarios para el entretenimiento de
gente que buscaba alivio de la realidad. Los grandes modernistas (desde
Flaubert, Baudelaire, Dickens y Shelley pasando por Proust, Joyce y Woolf)
estaban interesados por representar un mundo real en lugar de uno ficcional
casi tanto como cualquier historiador moderno. Pero a diferencia de sus
contrapartes historiadores ellos se dieron cuenta que el lenguaje mismo es una
parte del mundo real y debe ser incluido entre los elementos de ese mundo en
lugar de ser tratado como un instrumento transparente para representarlo.
Para la
historiografía antigua, el documento histórico debía ser leído por lo que
ofrecía en la forma de información fáctica respecto del mundo del cual hablaba.
El paradigma del documento histórico era la consideración del testigo ocular de
un conjunto de acontecimientos que, cuando eran correlacionadas con otras
consideraciones y otras clases de documentos relacionados con estos
acontecimientos, permitían una caracterización de “qué sucedió” en algún
dominio finito de ocurrencias pasadas.
Los
historiadores dividen proponen tres grandes
períodos siendo éstos: a. Período de los Historiadores Cronistas (1619-1825);
b. Período de los Historiadores Oficiales (1836-1949) y; c. Período de los
historiadores profesionales (de 1970 en adelante).
Para el primer
período, Jorge Luján Muñoz propone
un recuento de la Historia conocida sobre
el Reino de Guatemala con los
trabajos de Antonio de Remesal, Francisco Antonio de Fuentes y
Guzmán, Francisco Ximénez, Francisco Vázquez, la Isagoge Histórica y Apologética
y la obra de Domingo Juarros.
Para el
segundo período, se encuentran la
mayoría de autores laicos en
vez de
clérigos, aficionados más que
eruditos,quienes entre quienes
sobresalen: José Cecilio del Valle con su Prospecto
para la Historia de Guatemala (1825), Manuel Montúfar y Coronado, un
conservador en el exilio quien publica las Memorias
de Jalapa (1832), Francisco de Paula
García Peláez (1851) y Alejandro Marure en 1837. Hay que señalar la importancia
que tiene el interés de Mariano Gálvez en apoyar a Alejandro Marure para que
escriba un texto de Historia que contravenga lo vertido por Montúfar y Coronado, acción que se constituye en el
primer intento de establecer un discurso histórico oficial desde las élites
gobernantes –apoyadas en el trabajo de intelectuales subalternos- de la Historia
de Centroamérica en general, y de Guatemala. En este
mismo grupo se incluye a José Milla y a Agustín Gómez Carrillo.
El siglo XX
se conocerá como la profesionalización
de la
Historia como discurso crítico y
esclarecedor de la realidad nacional. Retomando el período
liberal, se pretende impulsar
otra obra de
Historia desde la visión gubernamental. Para llevar a cabo
dicho cometido, Lorenzo Montufar escribe la Reseña
Histórica de Centroamérica. Otros trabajos que se mencionan son los de
Ramón Salazar, Francisco Lainfiesta, Antonio Batres Jauregui, José Antonio
Villacorta, José Mata Gavidia, David Vela y Carlos Martínez Durán. Con Severo
Martínez Pelaez surge finalmente una
historiografía guatemalteca más seria y de plenas ambiciones
científicas.
La
operación involucrada en este proceso de determinar que pasó en alguna parte
del pasado presupone que el objeto de estudio permanece virtualmente
perceptible por medio del registro documental (que atestigua tanto su
existencia como su naturaleza o sustancia). El objetivo era extraer un número
de hechos de la lectura del registro documental que pudiera ser medido o
correlacionado con hechos extraídos de otros registros.
Esto
significaba leer cualquier texto que pudiera contener en la forma de habla
figurativa, contradicción lógica, o alegorización. Nada de esto sería admitido
como testimonio en una corte judicial y consecuentemente no se permitía que
permanezcan, por así decirlo, no traducidos a los equivalentes literales en la
lectura de un documento histórico. Por ejemplo, los manuscritos indígenas como
el Memorial de Tecpán Atitlan o el Título de los Señores de Totonicapán no
cumplieron su cometido para el cual fueron creados.